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He ahí tu hijo...

Una de las escenas más conmovedores de la crucifixión de nuestro Señor Jesús es el momento en que Él encarga el cuidado de su madre a su discípulo Juan (Leer Juan 19:19-27).

He aquí un acto de amor; de cariño y responsabilidad – Jesús, sabiendo que dejará a María, le procura la compañía y atención de su amigo y discípulo – y aunque nada podría reemplazar la ausencia del hijo amado, y no había forma de que otra persona igualara el afecto que unió a María y Jesús, el gesto de protección y ternura de Jesús hacia María es muestra significativa de la compasión del Salvador.

He aquí el Hijo de Dios, que en misión de rescate se encarnó para llevar nuestras culpas y ser nuestro sustituto sacrificial – su aparición no fue improvisada, ni fortuita, ni espontánea; la llegada de este hijo nos fue profetizada desde los primeros días de la humanidad.

 

Consideremos brevemente tres aspectos de la identidad del Hijo de Dios encarnado.

 

❶ He aquí el hijo encomendado a María

Le tocó a María la bendición y tarea de cuidar de Jesús junto con José; y sin duda que esta encomienda le hizo “bendita entre las mujeres” (Luc.1:28).

“Theotokos” es el término con que los teólogos se referirán a María, “madre de Dios” o más específicamente “paridora de Dios” – como sierva de Dios estuvo dispuesta a prestar su vientre para albergar al Hijo de Dios encarnado, pues ni ella ni José fueron los progenitores de aquel santo ser – se trató de un nacimiento por obra y gracia del Espíritu Santo.

Con todo, el misterio de la encarnación y el hecho de que esta dama siempre supo que este hijo era “prestado”, no minimizan ni el cariño que le pudo haber tenido a aquel a quien le cambió los pañales, a quien amamantó y a quien cargó desde su tierna infancia – cuántas noches en vela habrá pasado cuidando del pequeño Jesús, cuántas comidas preparó para este peculiar visitante. Cuál habrá sido la experiencia de ver los primeros pasos de Jesús, o la alegría de oír sus primeras palabras – cuán extraño habrá sido enseñarle a orar al Padre al que conocía desde la eternidad o recitarle los mandamientos que Él mismo dictó a Moisés. Si alguien tuvo esta clase de vivencias, fue María.

Se le anticipó desde los primeros días de la maternidad “una espada traspasará tu misma alma” (Luc. 2:35) – y así, aquella tarde en el Calvario, la madre llora por su hijo; Hijo de Dios, sí – pero nacido de mujer, de esta mujer que con abnegación y obediencia cumplió con la tarea asignada; ser madre para el Hijo de Dios.

 

❷ He aquí el hijo prometido a Eva

Con todo, María no fue la primera en tener noticias de un salvador.

Desde Génesis 3:15, tras la caída de nuestros primeros padres, se anunció que un descendiente de la mujer aplastaría a la serpiente. La redención de la humanidad dependía de la aparición de este hijo promedito; semejante en todo a nosotros, pero a diferencia de nosotros, sin pecado.

Dicho descendiente apareció en Belén y terminó en el Calvario “despojando a los principados y a las potestades, exhibiéndoles públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Col 2:15).

El letrero en la cruz lo dice bien claro; su nombre es JESÚS, que significa “salvador”. Este santo ser ha venido a salvar lo que se había perdido es el “Hijo eterno del eterno Padre” que vino a rescatarnos de la muerte, del pecado y la ira. Si la creación se vio terriblemente afectada por el pecado del hombre, el Hijo Redentor hará una nueva creación - y en Él, la humanidad tendrá reposo y dicha perpetuos.

 

❸ He aquí el hijo anunciado a David

Una noche en el pasado, Dios le anunció al rey David estas palabras: “cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino” (2Sa 7:12-13).

Este anunció sentó las bases de la esperanza de Israel en un futuro rey que traería salvación, justicia y bendición a su pueblo – y el clamor de la entrada triunfal “¡Hosanna al Hijo de David!” (Mat 21:9) deja ver que la gente efectivamente tenía esta expectativa de un rey descendiente de David que trajera paz y bienestar.

Pero los pensamientos de Dios no son como los nuestros, y Jesucristo no encajaba en el “molde” de rey que los judíos esperaban; el Hijo de Dios colgaría en una cruz siendo objeto de burla “si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él” (Mat 27:42).

El letrero mismo en la cruz es una sátira, una inscripción que en tono de burla se ha colocado sobre el crucificado: “REY DE LOS JUDÍOS” – y para nuestra sorpresa, ese letrero, escrito en hebreo, griego y latín, termina declarando la verdad; ese hombre traspasado por clavos y espinas es verdaderamente el rey de los judíos, pero así mismo el Rey de reyes.

He ahí, colgado en la cruz el Mesías que tanto decían esperar los judíos, el rey anunciado a David, muriendo para redimir a su pueblo y abriendo con su sacrificio la entrada al paraíso, al reino de los cielos.



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